Pablo, Instrumento de Dios

¿Quién fue san Pablo? Muy poco sabemos de la infancia y juventud de san Pablo. Sin embargo, de él sabemos que nació en Tarso de Cilicia. Era hijo de judíos de la tribu de Benjamín y de la secta de los fariseos de cultura helenística, poseía la ciudadanía romana. Como judío fue educado sólidamente en la erudición judaica. Esto quiere decir que aprendió con toda la rigidez las doctrinas de los fariseos. Sabemos también que era de carácter impetuoso e indomable de su voluntad, esto lo llevó a una especie de fanatismo en la observancia a las tradiciones paternas (Cf. Ga 1, 14).

Dios tenía grandes planes para Pablo, lo había predestinado para ser su instrumento elegido, pero sobre todo para ser su discípulo muy amado. Sabemos también que Pablo fue siempre un amante de Dios, sin embargo, lo primero que sabemos de él es que fue perseguidor de los cristianos (Hch 8, 1-3), y como tal, no podremos culparlo del todo, pues como verdadero judío defendía ardientemente la fe en la que había crecido.

Ciertamente a Pablo le hacia falta aquel encuentro con Dios mismo, como el que habían tenido los otros apóstoles. Cuanto Pablo tuvo tal encuentro, inesperado habrá que apuntar, con Cristo resucitado no sólo dejó de ser Saulo, pasando a ser el gran Pablo, sino que fue sepultado para el mundo y así resucitó con Cristo para ser otro Cristo (Ga 2, 20). La vida de san Pablo fue, sigue siendo y seguirá siendo el mejor ejemplo de vida cristina que se nos pueda proponer.

El talante aguerrido de san Pablo nunca desapareció, esto fue lo que lo impulsaba siempre a darlo todo, por quien lo dio Todo. La respuesta de San Pablo, aunque no aparezca explícitamente, fue siempre la misma, “Aquí estoy, envíame” (Is 6, 8). Esto hizo que pudiera seguir, hasta el final de su vida, con plena fidelidad el itinerario que Dios le propuso.

San Pablo fue verdadero Apóstol, enviado de Dios para evangelizar al mundo entero, y esto lo demuestra con sus magníficos viajes. El marco geográfico en el que se encuadra, alcanzó únicamente algunos lugares europeos, pero es que ellos –él y sus contemporáneos- no conocían más allá de estos territorios, pero con el paso de los años, san Pablo sigue cumpliendo con la misión encomendada (Cf. Mc 16, 15; Hch 13, 47). San Pablo se caracterizó por fundar muchas comunidades cristianas en cada uno de sus viajes, predicó el Evangelio e hizo discípulos por donde quiera que fuera, y sobre todo enseñó no sólo con su ejemplo, sino también con su predicación, aquella que permanece latente en sus escritos.

San Pablo desgastó su vida por la obra de Dios, demostrándonos así que la vida de santidad, a la que todos estamos llamados, no es un sueño ilusorio, ni pertenece únicamente a aquellos héroes que poseen dotes extraordinarios, sino que es para todo aquel que quiera dar la vida entera por Dios, resucitando con Cristo, buscando las cosas del cielo, en lugar de las de la tierra (Cf. Col 3, 1-3).

A nosotros, discípulos del siglo XXI, nos corresponde nada más y nada menos que empaparnos de la vida de este santo apóstol y seguir sus huellas. Dijo el Papa en su catequesis del 15 de noviembre del año pasado: “Aprendamos de Pablo que la acción del Espíritu orienta nuestra vida hacia los grandes valores del amor, de la alegría, de la comunión y de la esperanza. A nosotros nos corresponde hacer cada día esta experiencia, secundando las sugerencias interiores del Espíritu, ayudados en el discernimiento por la guía iluminante del apóstol”.



Francisco Quiñonez

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