Un Bosquejo Biográfico De San Pablo

Quien quiera conocer la fisonomía del Apóstol Pablo, necesariamente ha de leer los libros del Nuevo Testamento que se refieran a él: en primer lugar sus Cartas, pues son de primera mano, y, en segundo lugar, el libro de los Hechos de los Apóstoles, tradicionalmente atribuido a Lucas, discípulo suyo. Aún con las divergencias que tienen ambas fuentes en diversos puntos, no pueden despreciarse como poco fiables.

La figura que tenemos de Pablo es ésta: judío de nacimiento, griego de cultura y romano de ciudadanía. Pablo era un hombre cosmopolita, de amplio conocimiento y que puso su experiencia al servicio de la evangelización.

En varios momentos las Cartas Paulinas y el libro de los Hechos nos proponen “discursos autobiográficos” de Pablo. Son de obligada lectura: de primera mano los relatos de Ga 1,11-24; Flp 3,5-6; “de segunda mano”: Hch 9,1-18 (este es el relato de la vocación del Apóstol); 22,1-21; 26,1-23.

El Apóstol nació hacia el año 5 de la era cristiana. Su apostolado lo realizó entre los años 30 y 60. Murió mártir en Roma, bajo el emperador Nerón, en el año 64 ó 67.
San Pablo como judío.

Él se reconoce judío: «Circuncidado el octavo día; del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo e hijo de hebreos» (Flp 3,5). Nació en Tarso de Cilicia; por lo tanto, nacido en la Diáspora judía. Era una distinción precisa entre ellos. Su nombre es igual al del primer rey de Israel: Saúl/Saulo. Tenía al menos una hermana (cf. Hch 23,26).

Conocía bien las Escrituras judías. En el afán de ganar a sus hermanos para la salvación, vivió y se sirvió de ella para evangelizar. Se han hecho amplios estudios sobre la forma de servirse de ellas en sus Cartas y, efectivamente, la manejaba con absoluta soltura y la interpretó conforme a la revelación que tuvo de Jesucristo.

En el mismo versículo citado inmediatamente antes (Flp 3,5; cf. Hch 23,6) también recoge que «… en cuanto a la Ley, [soy] fariseo». En tiempo de San Pablo ya funcionaban las escuelas elementales, en las que les enseñaban a los niños, hasta los diez años, a leer las Escrituras y a sabérsela gran parte de memoria. Para los que podían seguir, se acercaban a un rabino para aprender más, también se memorizaban y les eran explicados los comentarios a la Escritura. En su juventud se fue a Jerusalén, y se instruyó a los pies de Gamaliel (Hch 22,3). Allí también aprendió a comentarla.

Perseguidor de la Iglesia, por celo de la religión judía, se convirtió (cf. Hch 9), llegando a ser el Apóstol de los gentiles. Él mismo reconoce, con dolor, haber perseguido a la Iglesia (cf. 1Co 15,9; Ga 1,13.23; Flp 3,6; Hch 7,58; 8,1-3; 9,1-2; 22,30, etc.).

Habiéndose encontrado con Cristo en el camino de Damasco (cf. Hch 9,1-18) y habiéndose esforzado por atraer a los de su raza para Cristo (cf. Hch 13,46), llegó a exclamar con desgarro del corazón: «Pues desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne, -los israelitas-» (Rm 9,3-4a).

Una nota más en este punto: Pablo hablaba arameo (Hch 21,40;22,2; 26,14: los judíos hicieron silencio, pues se sorprendieron que les hablara en “el dialecto hebreo”, refiriéndose probablemente a la lengua aramea), en común con los de su raza. Los judíos en Palestina y, en general, también los judíos de la Diáspora lo hablaban, lengua que adoptaron a partir del Exilio de Babilonia (siglo VI a.C.). Además, con probabilidad hablaba hebreo, la lengua sagrada, pues su “formación rabínica” lo requería. Todo judío al menos debía saber lo fundamental del hebreo para leer las Sagrada Escritura en la sinagoga.

San Pablo como griego

Como indicamos arriba, Pablo nació en Tarso de Cilicia, es decir, es un judío de la Diáspora. Tarso se sitúa actualmente en Turquía.

Más que “griego”, podemos decir que es un judío “helenista”, diferenciándolo alguien originario de lo que actualmente conocemos como Grecia. Además, en el lenguaje neotestamentario, “griego” significa “gentil” o “pagano”, haciendo referencia a todas las demás personas, las que no pertenecían al pueblo de Israel.

El tiempo en que le tocó vivir a Pablo, era una época de esplendor para el Imperio Romano. La cultura estaba generalizada, en cierta manera semejante a las ventajas que ofrece ahora la llamada “globalización”.

Pablo tuvo acceso a una formación judía, pero también sus escritos y el libro de los Hechos nos refieren de él una formación helenística-retórica buena. «El hogar familiar y la sinagoga sirven para explicar la alta calidad de la educación religiosa que recibió Pablo. Ahora bien, ¿de dónde proviene su educación seglar? La respuesta más simple es que Pablo fue a la Academia de Tarso. Como corresponde a una población tan ávida de conocimientos, en el siglo I, esta institución rivalizaba con sus homónimas de Atenas y Alejandría, las eminentes escuelas de la antigüedad. La escuela retórica de dicha academia era especialmente famosa».

Por el recurso amplio que tiene de la retórica, se ha llegado a comparar las Cartas de San Pablo con las de Cicerón o las de Séneca; también hay autores que ven alusiones o paralelismos con obras de autores paganos contemporáneos o anteriores a él.

Respecto de la lengua, hemos de apuntar que sabía expresarse en griego (cf. Hch 21,37: se sorprendió el tribuno de que Pablo hablara en griego). Las 13 Cartas paulinas están escritas en griego, un griego koiné, correcto, vivo, con repuntes retóricos. Y es conocimiento generalizado que la versión de las Sagradas Escrituras que utilizó fue la de los LXX, o llamada también “Septuaginta”, versión griega de las Escrituras judías.

El hecho de haber nacido en la Diáspora, con una cultura vasta y una lengua tan ampliamente utilizada, le permitió moverse sin problemas por todo el Imperio, hasta incluso llegar, como asegura una tradición, a Hispania, el confín de la tierra. Conoció más caminos y ciudades que ningún otro apóstol.

San Pablo, ciudadano romano

La ciudadanía romana de Pablo, que traía consigo derechos y privilegios, le venía de nacimiento. Así lo refieren Hch 16,37; 22,22-29. Según refieren estos textos, Pablo iba a ser azotado –en 16,37 se dice que fue azotado-, e hizo valer sus derechos. La Lex Portia de Provocatione prohibía castigar con la flagelacion a un ciudadano romano. También hizo valer su derecho al apelar al juicio del César (Hch 25,11-12).

Como refiere Adams, la ciudadanía romana podía adquirirse por tres procedimientos: por nacimiento, por concesión de la libertad a un esclavo –por supuesto, esta concesión es de alguien con la capacidad de dar esta ciudadanía- o por una especial concesión. Un ciudadano romano tenía, entre otros, estos derechos: a votar en la asamblea, a hacer contratos legales y tener propiedades, a apelar la decisión de los magistrados, a tener un juicio, a la inmunidad en determinados asuntos, a no ser torturado… Estos derechos correspondían a un ciudadano de segunda clase. Los de primera clase tenían más privilegios.

¿Hablaba Pablo en latín? Hay que aclarar que de su ciudadanía romana no se puede deducir sin más que hablaba latín, “la lengua de los romanos”. Hay varios autores que argumentan a favor de que sí lo hacía, pero no tienen evidencias y se basan en hipótesis.

Conclusión

Conocer la personalidad y el pensamiento de Pablo es muy importante. En el libro de los Hechos de los Apóstoles es protagonista: la primera parte se dedica a narrar el apostolado de Pedro y los Apóstoles, y aparece Saulo en determinadas ocasiones; la segunda, narra el apostolado de San Pablo. Lucas, el autor de este libro de los Hechos, fue discípulo del Apóstol. De los 27 libros que componen el Nuevo Testamento –de los que la mayoría son Cartas-, 13 se le atribuyen. En un principio la Carta a los Hebreos se le atribuyó también; ahora sólo se sostiene que tiene influencia suya.

El Apóstol fue el que se dedicó a evangelizar a los gentiles, la rama silvestre que se injertó al tronco de Israel y que ha dado los mayores frutos. Si el pueblo de Israel estaba llamado a continuar con el favor de Dios, al no ser fiel a la Alianza se pasó la salvación a otro pueblo (cf. Mt 21,43). Aunque comenzaba por predicar en las sinagogas, San Pablo terminaba predicando a los gentiles, quienes en mayor número abrazaron la fe.

Sin negar la importancia de los evangelios para la fe de los cristianos, el Apóstol nos revela a Cristo –aplicado a la vida concreta de aquellos primeros cristianos-, y sigue enseñándonoslo. Su predicación sigue siendo actual, porque no se enseñó a sí mismo. Fue un fiel instrumento para que la Palabra de Dios no sólo fuera escuchada sino también leída, y meditada, y hecha vida.

P. Miguel Ángel Xicay

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