Tuve la gran oportunidad de estar durante tres días en una de las aldeas de San José Pinula, llamada Río Frio, en donde pude compartir con personas muy especiales. Gente que tiene una fe muy grande, ya que viven con el ejemplo incomparable de aquél a quien ellos mismos llaman con el titulo de “santo”: el padre Hermógenes. Durante estos pocos días (tres) me encontré con personas que conocieron a este gran sacerdote, y quisieron compartir conmigo algunas anécdotas sobre él.
Lo primero que me hace reflexionar cada una de estas anécdotas es que el padre Hermógenes se distinguió por su cercanía y gran amor por las almas. Esto lo atestigua el hecho de que su propia vida ha dejado huella profunda en los corazones de todos aquellos que viven en San José Pinula.
Lo primero que contaré es un hecho que va de boca en boca de la gente, y es precisamente que cuando el Padre Hermógenes visitaba las aldeas, siempre regalaba dulces a los niños, adultos y a cualquiera que encontraba por el camino; pero lo misterioso es que, como me dicen muchas personas: “no entiendo como es que nunca se le terminaban los dulces”. Será que, ¿no era indicio ya de su santidad?, puesto que muchas de las personas cada vez que contaban esto concluían diciendo: “el padre es un santo”.
También cuentan que cada vez que él asistía a celebrar la Misa a esta comunidad, cuando ya le era imposible seguir su camino en su carro, los miembros de la aldea se peleaban por ir a traerlo a caballo, como me lo contó otra de esas personas, sin embargo el padre conocía bien a esta persona porque casi siempre él se le adelantaba a los demás y lo iba a traer. Decía esta persona: “muchas veces lo encontré y ya venia de camino y yo le decía: Padre, me hubiera esperado”, pero él me contestaba: “pidiéndole a Dios venia para encontrarte más allá y así poder hacer más sacrificio”.
Un señor de avanzada edad me contaba muy emocionado: “una vez vino el padre a mi casa y le dije: ¡padre, aquí tengo frutas para que las lleve!, le di como tres tipos de frutas. Él, muy contento, tomó una bolsa que llevaba y la llenó, pero al llegar a la Iglesia se las repartió a todos los niños que ahí estaban”. Con esto la gente miraba la generosidad que tenia el padre con los niños y con todos sin importarle quedarse sin nada.
Me decía una señora: “en una ocasión vi al padre llegar a la aldea con sus zapatos en sus hombros, y con su pantalón doblado hasta las rodillas y con sus pies llenos de lodo, esto me impacto mucho”. Con esto podemos ver que el Padre tenía celo por las almas, no le importaba si llovía o no, si tenía que caminar mucho o no. Lo que le importaba a él era atender al pueblo de Dios.
Tuve la oportunidad de visitar muchas familias de la aldea, y en esta ocasión me encontré con una señora que me contó que, cuando el padre visitaba su casa se sentían muy a gustos, especialmente por la confianza que mostraba a cada uno de los miembros de la familia. Ella me comentaba que cuando la encontraba junto al fogón torteando le pedía una de las tortillitas que aún se terminaban de cocer en el comal, la agarraba muy contento y se la comía con un poquito de sal.
Y así como estas hay muchas más anécdotas que contar, pero me las reservo. Al final solo puedo afirmar que en aquella gente de San José le tienen un gran amor y respeto al sacerdocio, y que la vida del padre Hermógenes es realmente un gran aliciente para todo aquel que quiera seguir el camino del sacerdocio, ya que el sacerdocio es “servicio y celo por las almas”, y el padre Hermógenes tenía ambos; para mi el padre Hermógenes es un gran ejemplo de sacerdote.
Lo primero que me hace reflexionar cada una de estas anécdotas es que el padre Hermógenes se distinguió por su cercanía y gran amor por las almas. Esto lo atestigua el hecho de que su propia vida ha dejado huella profunda en los corazones de todos aquellos que viven en San José Pinula.
Lo primero que contaré es un hecho que va de boca en boca de la gente, y es precisamente que cuando el Padre Hermógenes visitaba las aldeas, siempre regalaba dulces a los niños, adultos y a cualquiera que encontraba por el camino; pero lo misterioso es que, como me dicen muchas personas: “no entiendo como es que nunca se le terminaban los dulces”. Será que, ¿no era indicio ya de su santidad?, puesto que muchas de las personas cada vez que contaban esto concluían diciendo: “el padre es un santo”.
También cuentan que cada vez que él asistía a celebrar la Misa a esta comunidad, cuando ya le era imposible seguir su camino en su carro, los miembros de la aldea se peleaban por ir a traerlo a caballo, como me lo contó otra de esas personas, sin embargo el padre conocía bien a esta persona porque casi siempre él se le adelantaba a los demás y lo iba a traer. Decía esta persona: “muchas veces lo encontré y ya venia de camino y yo le decía: Padre, me hubiera esperado”, pero él me contestaba: “pidiéndole a Dios venia para encontrarte más allá y así poder hacer más sacrificio”.
Un señor de avanzada edad me contaba muy emocionado: “una vez vino el padre a mi casa y le dije: ¡padre, aquí tengo frutas para que las lleve!, le di como tres tipos de frutas. Él, muy contento, tomó una bolsa que llevaba y la llenó, pero al llegar a la Iglesia se las repartió a todos los niños que ahí estaban”. Con esto la gente miraba la generosidad que tenia el padre con los niños y con todos sin importarle quedarse sin nada.
Me decía una señora: “en una ocasión vi al padre llegar a la aldea con sus zapatos en sus hombros, y con su pantalón doblado hasta las rodillas y con sus pies llenos de lodo, esto me impacto mucho”. Con esto podemos ver que el Padre tenía celo por las almas, no le importaba si llovía o no, si tenía que caminar mucho o no. Lo que le importaba a él era atender al pueblo de Dios.
Tuve la oportunidad de visitar muchas familias de la aldea, y en esta ocasión me encontré con una señora que me contó que, cuando el padre visitaba su casa se sentían muy a gustos, especialmente por la confianza que mostraba a cada uno de los miembros de la familia. Ella me comentaba que cuando la encontraba junto al fogón torteando le pedía una de las tortillitas que aún se terminaban de cocer en el comal, la agarraba muy contento y se la comía con un poquito de sal.
Y así como estas hay muchas más anécdotas que contar, pero me las reservo. Al final solo puedo afirmar que en aquella gente de San José le tienen un gran amor y respeto al sacerdocio, y que la vida del padre Hermógenes es realmente un gran aliciente para todo aquel que quiera seguir el camino del sacerdocio, ya que el sacerdocio es “servicio y celo por las almas”, y el padre Hermógenes tenía ambos; para mi el padre Hermógenes es un gran ejemplo de sacerdote.
José Benedicto
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