El sacerdote en la formación de los futuros presbíteros
Para este comentario quisiera enfocarme desde la perspectiva de la responsabilidad del formador y del formando. Seguro que a ambos nos compete la gran tarea de la formación: no puede haber formación si no hay candidatos, como tampoco puede darse la formación si no existe un maestro que los acompañe y les guíe en el camino de la misión. Lo mismo puede decirse respecto del sentido de la colaboración: no se da o no se consigue una buena formación si el candidato no colabora o el formador no se ajusta a las exigencias actuales de la Iglesia. Por eso, considero que la tarea de la formación es cuestión de una corresponsabilidad mutua, formador y formando. Y, por supuesto, es un arte por parte del formador, puesto que, tratándose de seres humanos, habrá de darles un trato como tales, esmerándose con un cuidado especial para que, sin descuidar las exigencias de la formación, se esfuerce por no convertir el ambiente en algo tedioso o, incluso, odioso. Eso, implica que el tema de la formación sacerdotal se le dedique mente y corazón. Además, la formación sacerdotal, siendo una misión de la Iglesia la tarea no la podemos llevar de cualquier manera es más nos jugamos nuestra vida espiritual: somos o no somos del Señor.
Con motivo de la celebración de los veinticinco años de servicio prestado del padre Abelardo en nuestro Seminario, he querido escribir estas líneas, esperando con ellas poder ayudar a vivir mejor la armonía en la formación; que sin lastimar la vida del candidato y del formador se pueda ver realizado el objetivo de ser imagen de Cristo, Buen Pastor. Para complementar esta reflexión he decidido, a continuación, apoyarme en el documento magisterial del Papa Pablo VI Sacerdotalis caelibatus que, seguramente dará luces para iluminar mejor el pensamiento.
Desarrollo de la personalidad
65. Una vez comprobada la idoneidad del sujeto, y después de haberlo recibido para recorrer el itinerario que lo conducirá a la meta del sacerdocio, se debe procurar el progresivo desarrollo de su personalidad, con la educación física, intelectual y moral ordenada al control y al dominio personal de los instintos, de los sentimientos y de las pasiones.
Necesidad de una disciplina
66. Esta educación se comprobará en la firmeza de ánimo con que se acepte una disciplina personal y comunitaria, cual es la que requiere la vida sacerdotal. Tal disciplina, cuya falta o insuficiencia es deplorable, porque expone a graves riesgos, no debe ser soportada sólo como una imposición desde fuera, sino, por así decirlo, interiorizada, integrada en el conjunto de la vida espiritual como un componente indispensable.
La iniciativa personal
67. El arte del educador deberá estimular a los jóvenes a la virtud sumamente evangélica de la sinceridad (cf. Mt 5, 37) y a la espontaneidad, favoreciendo toda buena iniciativa personal, a fin de que el sujeto mismo aprenda a conocerse y a valorarse, a asumir conscientemente las propias responsabilidades, a formarse en aquel dominio de sí que es de suma importancia en la educación sacerdotal.
El ejercicio de la autoridad
68. El ejercicio de la autoridad, cuyo principio debe en todo caso mantenerse firme, se inspirará en una sabia moderación, en sentimientos pastorales, y se desarrollará como en un coloquio y en un gradual entrenamiento, que consienta al educador una comprensión cada vez más profunda de la psicología del joven y dé a toda la obra educativa un carácter eminentemente positivo y persuasivo.
Una elección consciente
69. La formación integral del candidato al sacerdocio debe mirar a una serena, convencida y libre elección de los graves compromisos que habrá de asumir en su propia conciencia ante Dios y la Iglesia.
El ardor y la generosidad son cualidades admirables de la juventud, e iluminadas y promovidas con constancia; le merecen, con la bendición del Señor, la admiración y la confianza de la Iglesia y de todos los hombres. A los jóvenes no se les ha de esconder ninguna de las verdaderas dificultades personales y sociales que tendrán que afrontar con su elección, a fin de que su entusiasmo no sea superficial y fatuo; pero a una con las dificultades será justo poner de relieve, con no menor verdad y claridad, lo sublime de la elección, la cual, si por una parte provoca en la persona humana un cierto vacío físico y psíquico, por otra aporta una plenitud interior capaz de sublimarla desde lo más hondo.
Una ascesis para la maduración de la personalidad
70. Los jóvenes deberán convencerse que no pueden recorrer su difícil camino sin una ascesis particular, superior a la exigida a todos los otros fieles y propia de los aspirantes al sacerdocio. Una ascesis severa, pero no sofocante, que consista en un meditado y asiduo ejercicio de aquellas virtudes que hacen de un hombre un sacerdote: abnegación de sí mismo en el más alto grado — condición esencial para entregarse al seguimiento de Cristo ( Mt 16, 24; Jn 12, 25)—; humildad y obediencia como expresión de verdad interior y de ordenada libertad; prudencia y justicia, fortaleza y templanza, virtudes sin las que no puede existir una vida religiosa verdadera y profunda; sentido de responsabilidad, de fidelidad y de lealtad en asumir los propios compromisos; armonía entre contemplación y acción; desprendimiento y espíritu de pobreza, que dan tono y vigor a la libertad evangélica; castidad como perseverante conquista, armonizada con todas las otras virtudes naturales y sobrenaturales; contacto sereno y seguro con el mundo, a cuyo servicio el candidato se consagrará por Cristo y por su reino.
De esta manera, el aspirante al sacerdocio conseguirá, con el auxilio de la gracia divina, una personalidad equilibrada, fuerte y madura, síntesis de elementos naturales y adquiridos, armonía de todas sus facultades a la luz de la fe y de la íntima unión con Cristo, que lo ha escogido para sí para el ministerio de la salvación del mundo.
P. Aurelio Sunún
Biografía del padre Abelardo Pérez Ruiz
Abelardo Pérez Ruiz hijo de Félix Pérez y Trinidad Ruiz, nació en Briones, la Rioja España, el 2 de noviembre de 1948.
Cursó sus estudios de nivel primario en la escuela de su pueblo natal. A los 11 años, en septiembre de 1960, ingresó al Seminario Menor de la Diócesis de Calahorra, la Calzada y Logroño. Tras cinco año de Latín y Humanidades en el Seminario Menor pasó al Seminario Mayor donde realizó los estudios de Filosofía y Teología. Fue ordenado sacerdote el 24 de junio de 1972 en la capilla del Seminario. Tras cuatro años de trabajo parroquial comenzó sus estudios de Derecho Canónico, sin abandonar el trabajo pastoral. Obtuvo el título de Licenciado en Derecho Canónico en la Universidad de Navarra, España.
Comenzó su actividad pastoral como vicario de la parroquia de Pradejón, pueblo natal del muy recordado padre Pedro Jesús Simón. Cuatro años después, en 1976, fue trasladado como vicario a la parroquia de San Andrés.
Desde el comienzo de su ministerio sacerdotal y durante nueve años atendió, como capellán de los alumnos, la EFA (Escuela Familiar Agraria).
Ahí se encontraba cuando en noviembre de 1983 fue invitado por Mons. Eduardo Fuentes para trabajar en el Seminario Mayor “Nuestra Señora del camino”.
Llegó a Panajachel, donde entonces se encontraba nuestro Seminario, el 10 de abril de 1984. Por la carencia de formadores y profesores, durante varios años, su labor docente tuvo que cubrir cursos como el Derecho Canónico, Moral, Liturgia, Latín y Griego, entre otros. Con el paso de los años, a medida que se iba disponiendo de profesorado más especializado, fue cediendo algunos cursos a los profesores que se van agregando al claustro.
Junto a la tarea magisterial, se empleó desde el primer momento en tareas de dirección espiritual.
En los primeros años fue frecuente que los fines de semana tuviera que colaborar en la atención parroquial en distintas parroquias de la Diócesis como Patulul, Chicacao, Mazatenango.
En Noviembre de 1991 se vio sorprendido por una actividad pastoral en la que nunca había pensado: la de exorcista. A este respecto ha escrito un pequeño folleto titulado “la superstición religiosa: reto pastoral insoslayable” y recientemente publicó un libro titulado “Me llaman Maximón, Satanás con corbata y sombrero”.
Por otro lado, en el año de 1993 tras la llegada de las Hijas de Santa María del Corazón de Jesús, a nuestro Seminario se ha encargado de la atención espiritual (confesiones, predicación, clases de doctrina cristiana).
Durante su estancia entre nosotros, ha perdido a sus papás, a los que no pudo acompañar físicamente en sus últimos momentos.
Entrevista al padre Abelardo
¿Cómo surgió el proyecto de venirse a Guatemala como formador de este seminario?
“Surgió a invitación de Mons. Fuentes, que en noviembre de 1983 pasó por España buscando sacerdotes para trabajar en el seminario de Sololá, que estaba dando sus primeros pasos”.
¿Cuál fue su primera impresión cuando llegó al Seminario Nuestra Señora del Camino?
“Fue una impresión muy grata, debido a la buena acogida que recibí tanto por parte de los 14 seminaristas que aquí se formaban, como, sobretodo, del propio Mons. Fuentes y su recordada mamá”.
Antes de venirse ¿Qué estudios realizó?
“Lo propio de un seminario diocesano: las Humanidades en el Seminario Menor; y Filosofía y teología en el Seminario Mayor. Ya sacerdote, amplié mi formación con estudios de Derecho Canónico”.
Como profesor ¿Cuál fue la primera clase que impartió en el Seminario?
“Inicié dando clases de Derecho Canónico”.
Estando aquí, ¿cómo se comunicaba con sus familiares? ¿Los visitaba después de cierto tiempo?
“Por carta. Con la dificultad de que el correo funcionaba en aquellos años (84-85) muy lentamente. Algunas cartas tardaban en llegar hasta un mes.
En cuanto a las visitas a mi familia de sangre, tuvieron lugar cuando pareció oportuno: cada cuatro o cinco años”.
¿Podría compartirnos algunos recuerdos de su Seminario y de su pueblo?
“Los recuerdos podrían ser muy numerosos: gratos y no gratos, porque de todo tiene la vida. Del tiempo de mi niñez en mi pueblo, recuerdo especialmente la afición apasionada que vivía por el juego de la pelota vasca. De cara al Seminario, siempre recuerdo la ilusión con que a mis once años me preparaba con clases particulares de gramática que mi propio párroco me impartía de cara a alcanzar una adecuada preparación académica para el Seminario Menor.
También recuerdo con especial agradecimiento a Dios la vida de piedad recia que mis formadores supieron inculcarme”.
Después de veinticinco años y aún siendo formador de este Seminario ¿ha notado alguna diferencia entre el ambiente del Seminario de aquél entonces con el de hoy?
“Las condiciones de vida de régimen de funcionamiento son bastante diferentes. Lo que es más que comprensible si comparamos la etapa de los comienzos con tanta escasez de medios: de profesores, de formadores, etc. Con la etapa actual, en que el Seminario ha alcanzado un cierto nivel de madurez y eficacia, si bien –no hay que olvidarlo- siempre está abierto a cambios y perfeccionamiento”.
¿Qué le dice usted a los seminaristas de hoy?
“Que los años de formación para el sacerdocio –siete- son escasos para alcanzar un nivel aceptable de maduración, y no hay tiempo que perder”.
Y como pastor de almas y por su propia experiencia ¿qué les dice a los sacerdotes de hoy?
“A mis hermanos sacerdotes –subrayando que ante todo me lo digo a mi mismo-, que hemos de ser fieles a la palabra dada ante el Obispo; que no defraudemos a los miles de almas que esperan de nosotros un autentico ejemplo de santidad”.
Por el trabajo realizado ¿se siente alegre por lo que ha alcanzado hasta hoy?
“Sí, en gran medida ¡hay tantos motivos para dar gracias a Dios! Ahora bien, alegría completa sólo en el cielo”.
Y para terminar ¿podría contarnos alguna anécdota que le ha tocado vivir en este Seminario?
La vida está llena de anécdotas. ¿A cuál referirme? Podría referirme a aquel gol que metí, ejecutando un tiro de esquina, sin ayuda de nadie: la bola, salió de mi pie con tal efecto que, yendo a dar en el palo contrario, entró en la portería con una limpieza tal que quedamos todos asombrados, empezando por el propio ejecutor de la falta. ¿Habilidad? No: ¡milagro!
Julio Celso Tuy Joj
Mis recuerdos del padre Abelardo Pérez
Cuando ingresé en el Seminario Mayor Nuestra Señora del Camino de la Diócesis de Sololá-Chimaltenango en el año 1989, el P. Abelardo tenía ya casi cinco años de haber venido desde España a trabajar como formador del Seminario. En ese entonces el Seminario estaba ubicado en San Andrés Semetabaj. Ya en aquel tiempo era conocido como un sacerdote con una formación espiritual y doctrinal profunda, muy cercano a los seminaristas y sacerdotes que lo conocían.
Fue el primero de los sacerdotes españoles en venir a trabajar al Seminario; después de él vinieron P. Javier Pereda Peña, P. Ángel María Pascual y por último P. Luis Antonio Foncea. Y actualmente es el único que permanece como formador del Seminario Mayor.
El P. Abelardo ha estado en las distintas etapas del Seminario Mayor, pues empezó a trabajar como profesor, formador, confesor y director espiritual casi desde los inicios del Seminario recién fundado por Mons. Angélico Melotto y fortalecido por Mons. Eduardo Fuentes en la Casa de Cursillos de Panajachel; luego se trasladó con el pequeño grupo de seminaristas a San Andrés Semetabaj. Y desde 1992 trabaja en la actual sede del Seminario Mayor en la cabecera departamental de Sololá.
En los primeros años de trabajo en el Seminario, el P. Abelardo realizaba casi todas las tareas, pues eran pocos los formadores. Era el Director Espiritual del Seminario, confesor, profesor de Sagrada Escritura, Derecho Canónico, Griego, Latín, y un largo etc.
En mis años de seminarista, lo recuerdo por sus meditaciones que nos llevaban hasta las alturas –le gustaba hacernos meditar los Salmos-, también por su buena voz para cantar la Misa y las “jotas” con las manos en jarra; y por sus carcajadas explosivas…
También lo recordamos con las botas de futbolista puestas, hasta que las lesiones lo alejaron de las canchas. En una ocasión marcó un “gol olímpico”. Y como buen deportista se lanzó a la conquista de la cima del volcán “Atitlán”, aunque después de eso no ha podido imitar el ejemplo de Jaime Viñals.
No lo tuve como profesor hasta que llegué a la Teología, en donde nos impartió varios cursos. Siempre preparaba bien sus clases, haciéndolas atrayentes por sus anécdotas y sus bromas de buen gusto. Los exámenes tenían su toque personal, lanzaba una pregunta y dejaba un espacio de tiempo para responder, luego continuaba con otra pregunta, y así sucesivamente; si uno había estudiado se hacía relativamente fácil, si no, no había nada que hacer. Igualmente peculiar era su manera de calificar: ½, 2/4, etc. (no era fácil saber cuál había sido nuestro punteo).
En el P. Abelardo, todos hemos visto un “hombre de Dios” un sacerdote cien por ciento, dedicado completamente a su ministerio sacerdotal, del cual se ha beneficiado principalmente el Seminario Mayor y muchos sacerdotes de nuestra Diócesis y de otras diócesis que frecuentan la dirección espiritual y su experiencia humana, intelectual y espiritual.
Y ahora que festejamos los 25 años de su servicio incondicional a nuestro querido seminario de Sololá, con estos breves recuerdos quiero unirme a la acción de gracias a Dios por tan magnífico e ilustre sacerdote que ha compartido su basta experiencia con decenas de seminaristas (muchos ya ordenados) que hemos pasado por el Seminario de Sololá.
P. Boanerges Ramírez Rayo
25 años formando sacerdotes
Conocí al padre Abelardo un día que llegó a mi pueblo acompañado de Monseñor Eduardo Fuentes. Era el año 1984. Hace veinticinco años. Acababa de venir de España para dedicarse a la formación de sacerdotes en el seminario mayor Nuestra Señora del Camino.
En el seminario ha enseñado latín, griego, Teología Moral, Sagrada Escritura, y otras materias, con mucha eficiencia. Ha sido profesor, formador y director espiritual. Ha ejercido su ministerio sacerdotal entre nosotros durante veinticinco. Ha trabajado incansablemente en favor de las vocaciones sacerdotales. Nos ha edificado a todos con su perseverancia, su fidelidad, su recia vida de piedad y sus muchas virtudes. Ha sido caritativo con todos, especialmente con las personas que han sido atormentadas por demonios, a quienes ha atendido con paciencia y generosidad.
Su valioso trabajo, muchas veces oculto y callado, ha sido clave para la sólida formación que han recibido las ya veinticinco generaciones de sacerdotes que se han formado en nuestro querido seminario de Sololá, seminario que ya ha dejado de ser un desconocido dentro y fuera de Guatemala.
El padre Abelardo es un gran regalo que el Señor, por su infinito amor, quiso darle a nuestro seminario y a nuestra querida diócesis de Sololá. Ojalá lo tengamos muchísimos años más, para que nos siga enseñando a ser sacerdotes fieles.
Padre Fredy Mejía Barrios
¡Felicitaciones querido P. Abelardo!
Los veinticinco años del P. Abelardo en Sololá y en el Seminario son dignos de ser celebrados por todo lo alto, a pesar de que el Padre no guste de celebraciones ruidosas. Pero su trabajo sacerdotal ha beneficiado tanto y a tantos que cualquier celebración se quedará corta.
Por eso yo lanzo un cohete sonoro por tantas y tantas clases magistrales que el P. Abelardo ha dado a generaciones y generaciones de sacerdotes centroamericanos. Y otro más sonoro aún por su tarea callada pero eficaz de director espiritual. Y otro por sus sacrificios escondidos, por su oración constante, por su ejemplo, por todo.
Para mí fue decisivo que él estuviera en Sololá para animarme yo a vivir su misma aventura. Fue un gusto compartir sacrificios, trabajos e ilusiones, durante veinte inolvidables años.
Ahora que tengo que estar involuntariamente lejos, lo felicito por esos veinticinco años y le animo a soplar fuerte y ruidosamente un pastel monumental, del que yo también comeré simbólicamente en la lejanía mi "pedacito".
Felicidades, P. Abelardo. Felicidades, Seminario de Sololá-Chimaltenango.
P. Ángel Mª Pascual
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“El que me sigue tendrá la Luz de la vida”
El curso de introductorio se une a esta celebración tan especial, para felicitar al padre Abelardo en sus veinticinco años de servicio sacerdotal en el Seminario, y desea que Dios derrame abundantes bendiciones y fortaleza para que sigua adelante por el sendero de la Luz, guiando a todos los que le seguimos.
Introductorio
Aquel semblante de paz y tranquilidad que dan seguridad en el andar de los hombres santos se manifiesta en ti. Cuanto amor has puesto en estos veinticinco años en cada meditación, homilía y palabras de aliento a tantos Seminaristas, ahora sacerdotes y a tantas almas sedientas de Dios.
A través de tu entrega tan generosa olvidándote de ti mismo, haz dejado tu patria, familia, amigos, vida, para dar a conocer aquel amor que te ha cautivado, Jesucristo. Tus palabras de buen pastor, a veces fuertes, pero llenas de amor son como las de aquél a quien representas, y es que son para que todos no salvemos y lleguemos a la plenitud de la vida. Gracias Padre Abelardo.
Primero de Filosofía.
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Gracias a Dios; Padre porque nos ha bendecido a nosotros y a todas las personas de los distintos pueblos de Guatemala. Padre Abelardo, los alumnos de segundo de filosofía tenemos el gusto de manifestar nuestros sinceros agradecimientos y al mismo tiempo nuestras felicitaciones por los 25 años de servicio; en primer lugar en nuestro seminario donde ha puesto todo su servicio por la formación de grandes y santos sacerdotes. Al mismo tiempo gracias por ser un gran ejemplo para nosotros.
No cabe duda que por estas palabras del Salmo primero: “pídelo, y te daré las naciones en herencia”. De esa manera Dios ha querido manifestarte su amor por entregarte del todo al servicio de tanta gente pobre. Y de alguna manera nosotros; que nos hemos beneficiado de tu sabiduría que Dios ha querido darte.
Segundo de Filosofía
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¡Todo es don, todo es gracia!
Nosotros, jóvenes que estamos viviendo una etapa llena de sueños e ilusiones, aunque estamos caminando aún con pasos inseguros, pero con corazones ardorosos, necesitamos ejemplos que podamos seguir.
Para todos nosotros, los que hemos pasado por las aulas del Seminario de Sololá, desde hace veinticinco años hemos visto en el padre Abelardo un verdadero ejemplo de sacerdote santo y generoso, de sacerdote que le ha ganado muchas vocaciones a Dios, sobre todo con su oración, porque “a las almas sólo se les gana de rodillas” y con la entrega total. “Nada es más lógico y coherente en una vocación que engendrar otras vocaciones… sólo el testimonio coral hace eficaz la animación vocacional y que la crisis vocacional va unida, ante todo, a la falta de responsabilidad de algún testimonio que hace débil el mensaje” (Documento Pontificio Nuevas Vocaciones para una Nueva Europa).
Gracias padre Abelardo por todos y cada uno de los desvelos causados por nuestro crecimiento, primero intelectual porque hemos aprendido mucho en los salones de clases de sus maravillosos años de experiencia, pues como usted mismo nos lo ha dicho “no me importa que aprendan mucho, sino que aprendan bien”; luego porque hemos sacado mucho provecho de su vida de piedad, vida que poco a poco va dando frutos de santidad –en las magnas ordenaciones-. Dios le pague y le premie en el cielo.
Primero de Teología
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Colaboración callada…
“En realidad, el amor y la amistad de Dios se nos han concedido para que lleguemos también a otros. Hemos recibido la fe para darla a los demás. Quien ha conocido el Don de Dios no puede quedárselo, sino que, lo degusta más en la medida que lo comparte”. Estos fueron los impulsos que motivaron en circunstancias precisas, al amadísimo Padre Abelardo dejar su país para comunicar la alegría del sacerdocio, a través de la formación de sacerdotes. Con su ejemplaridad y colaboración callada, a ejemplo de San José, ha ido modelando cada corazón dispuesto a dejarse guiar por su experiencia y la especial docilidad al Espíritu Santo. No cabe duda que los meritos de su entrega los gozará en el Amor Eterno que no deja sin recompensa ni el más mínimo esfuerzo.
Estimadísimo padre, nuestro corazón se enardece de alegría y de gratitud por todo lo que en nuestra Diócesis ha realizado, nuestra Madre la Iglesia le está muy agradecida y nosotros como porción de la Iglesia Universal, le decimos junto a los que han pasado por las aulas del Seminario, que nuestra Madre la Virgen del Camino sea su consuelo y el cielo su Felicidad. ¡Dios le Bendiga!
Segundo de teología
San José Nuestro patrón
te legó del Señor el llamado divino;
y El Padre por medio del sueño
te confió a su Hijo que a la tierra vino.
Lo viste tan indefenso,
llorando en los brazos de María.
Y trabajando con amor cada día
le amaste desde el silencio.
No brillaste por tu fama,
tampoco por tu influencia;
no vestías de rica lana,
ni en el poder tuviste presencia.
Tú que siempre le mirabas,
enséñanos a vivir su presencia.
Y tú que por Él trabajabas,
ayúdanos a vivir la inocencia.
Rigo Jichá
Entrevista al P. Boanerges Ramírez
Sabemos que usted es uno de los primeros formadores del Seminario Menor “Señor San José”. ¿Podría contarnos algo al respecto?
En el año 1992 Mons. Eduardo Fuentes, Obispo es ese entonces de la Diócesis de Sololá, juntamente con el P. Ángel María Pascual y P. Luis Antonio Foncea, comenzaron a madurar la idea de fundar un Seminario Menor que sirviera de “cantera” o “semillero” de candidatos al Seminario Mayor de la Diócesis.
En enero de 1993, P. Ángel nos llamó a un grupo de seminaristas mayores para proponernos la idea y pedirnos que nos hiciéramos cargo de la formación, acompañamiento y tutoría de los jóvenes con quienes se iba a iniciar el Seminario Menor. El diácono Julio César Fernández, vicerrector y director, Víctor Ordóñez, encargados del acompañamiento de los seminaristas; Juan Cardona, profesor de matemáticas; P. Marco Antonio Figueroa, profesor de inglés; Boanerges Ramírez, profesor de filosofía, fueron algunos de los profesores que iniciaron esa apasionante aventura.
El Seminario Menor, se inició con 7 alumnos (algunos de ellos se han ordenado presbíteros) del quinto bachillerato, que en principio debían ingresar al Colegio Seminario San José de Quetzaltenango llevado por los padres Benedictinos; pero a algunos de los profesores se nos encomendó ir a sus casas a avisarles que ya no irían a Xela sino que iban a continuar estudios en el nuevo seminario Menor de la Diócesis de Sololá.
Al año siguiente, ya teníamos un mayor número de seminaristas, pues abrimos las puertas a los alumnos de cuarto bachillerato. Y posteriormente, se fuero completando los grados del ciclo básico hasta tener completo lo que ahora es un floreciente seminario Menor Señor San José.
¿Podría contarnos algunas anécdotas vividas en el Seminario Menor?
Hay muchísimas, pero contaré sólo dos:
La solicitud paternal de Mons. Eduardo Ernesto Fuentes Duarte: Monseñor Eduardo siempre estuvo pendiente de la marcha del Seminario Menor, que había nacido gracias a su ilusión y empeño de preparar para la Diócesis vocaciones sacerdotales. Cuando nos trasladamos al predio donde actualmente funciona el Seminario, no estaban todavía las instalaciones actuales, Monseñor Eduardo nos visitaba con mucha frecuencia para animarnos a los formadores a realizar la tarea con ilusión. Poco después tuvo que ausentarse de la Diócesis por motivo de enfermedad, pero aún así siempre estaba pendiente del funcionamiento del seminario. P. Víctor y yo, que era ya el vicerrector del seminario, lo visitamos en cinco ocasiones durante su convalecencia y siempre nos preguntaba cómo iba el seminario hasta en sus más pequeños detalles.
La otra es, que, iba a expulsar a un seminarista por una “supuesta” indisciplina: una noche después de completas, subí a las habitaciones de los seminaristas de bachillerato –estaba todavía en las instalaciones del Mayor- y estaban haciendo mucho ruido. Entré en la habitación y les dije que era tiempo de dormir y que no molestaran; me di cuenta de que uno de ellos “no dejaba de sonreír ante lo que yo decía y dije: si no dejás de reírte te vas del seminario. Eran los primeros días y no conocía bien a los seminaristas; después me di cuenta que este seminarista (ahora sacerdote) siempre tiene una sonrisa en su rostro. Menos mal que no lo expulsé.
El P. Miguel Ángel Xicay nos habla de su estancia en España
He venido a la Universidad de Navarra, España, para realizar los estudios del Doctorado en Teología Bíblica. A diferencia de los estudios de Licenciatura, este tiempo lo dedico sólo a la investigación. Con la ausencia de clases y exámenes, empleo el tiempo para estudiar en la Biblioteca de la Universidad y elaborar la tesis que, al finalizarla, tendré que defender.
Además del tiempo dedicado al estudio, tengo la oportunidad de colaborar pastoralmente en algunas labores. Un sacerdote se ha ordenado para servir a las almas. Y, cuando por razones diversas se emplea en otros menesteres, siente que algo le falta si no da cauce a esta ilusión-vocación suya.
En concreto, el domingo ayudo en la Capellanía de la Clínica Universitaria, anexa a la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra. Le dedico medio día a este trabajo, que consiste en celebrar una Santa Misa, confesar un tiempo, y estar atento a posibles necesidades, más o menos urgentes, de los pacientes. También ayudo a celebrar la Santa Misa por lo menos dos veces a la semana en el Oratorio de la Biblioteca Central de la Universidad, a la cual asisten estudiantes y profesores a quienes les viene mejor en su horario. Me edifica su piedad y su esfuerzo por asistir diariamente a Misa.
Retomando el tema con que inicié, mis estudios están dedicados a investigar sobre un pasaje concreto de san Pablo: 1Co 10,1-6. Es un intento de estudio sobre la teología y la exégesis de este pasaje. Además de investigar el uso que hizo san Pablo de las “tradiciones del desierto” del pueblo de Israel, también me dedicaré a investigar cómo interpretaron los Padres de la Iglesia el pasaje paulino, objeto de mi estudio.
Como es lógico, a esta altura de la investigación, el proyecto está hecho, pero poco a poco se va decantando el trabajo propiamente dicho. A esto le dedico mis horas de estudio.
Si bien la convivencia en estos lugares no está al mismo nivel de la experiencia que puede tener alguien en Roma, por ejemplo, refiriéndome a experimentar la unidad y la universalidad de la Iglesia, sin embargo, no deja de palparse tal realidad. Es una gran experiencia el convivir con personas de distintos lugares (por ejemplo, de muchos países de Latinoamérica, de Europa, de África, de Asia), una experiencia enriquecedora.
Si me preguntaran si me recuerdo de Sololá y de su Seminario, lo tomaría como una ofensa que alguien lo dude. Todos los días me recuerdo de encomendarles en mis oraciones sacerdotales. A la par de mis oraciones, exhorto a los seminaristas a tomarse muy en serio la formación sacerdotal; no sólo hacen falta muchos sacerdotes –y en eso pueden ser protagonistas- sino que los necesitamos buenos y santos. Sobre todo, que se dejen formar, porque alguien que no quiere dejarse ayudar poco podrá ayudar, por muy inteligente y listo que sea.
Aprovecho la oportunidad de enviar un saludo cordial al Obispo, Mons. Gonzalo, a los formadores y a los seminaristas del Mayor, pero también un caluroso saludo a los del Seminario Menor, formadores, profesores y seminaristas.
Les encomiendo a Nuestra Señora del Camino y a San José, patrono de la Iglesia, patrono de las vocaciones. Dios les bendiga.
P. Miguel Ángel Xicay
Universidad de Navarra
Pamplona, España
El P. Felipe nos escribe desde la Ciudad Eterna
(También quiso compartir con nosotros un poco de lo que ha ido profundizando)
En el descubrimiento de América, es decir, del 1492 en adelante, cuando llegaron los conquistadores, llegaron un poco más tarde los primeros evangelizadores, entre tantos estaba Fray Bartolomé de Las Casas. Él, como otros religiosos dominicos, franciscanos y agustinos, entre uno de los elementos necesarios del que se sirvieron fue la lengua. Es decir, al inicio quisieron que los indígenas aprendieran el español, pero vieron que esto no daba resultados, pues la gente de regreso a su casa hablaba el dialecto; por otro lado buscaron traductores para que tradujeran las catequesis del español al kakchikel, tzutujil, quiché, kekchí, etc., pero también se dieron cuenta que la traducción a veces no era del todo fiel. Además de esto, el rey de España había decretado que se enseñara el español a toda la población, sin embargo ante los motivos anteriores los dominicos se vieron en la necesidad de aprender nuestros idiomas, lenguas o dialectos como se les quiera llamar; de esta manera podían transmitir y evangelizar a los indígenas, podían ellos mismos traducir a nuestras lenguas los misterios de la fe. Cuando Fray Bartolomé de las Casas fue a Sacapulas por los años mil quinientos y algo, tierra del P. Julio Cesar, sabía hablar el dialecto de la gente. Vemos también que uno de los méritos más grandes de Fray Luis de Cáncer fue lanzarse en cuerpo y alma a aprender la lengua de los de Rabinal, pues era el único modo para poderlos evangelizar[1]. De la misma manera el Padre Domingo aprendía las lenguas con tanta facilidad y tuvo dominio muy rápido sobre la kekchí; además compuso un grueso vocabulario para el aprendizaje de los otros[2]. Y el P. Las Casas en compañía del P. de Angulo se internó hasta Rabinal, y hablando la lengua de aquella tierra, enseñaba cosas útiles que impresionaban a los indígenas. Quiero decir, que esto todavía es válido para nosotros sacerdotes o futuros sacerdotes. Esto significa que si sabemos el kakchikel, el tzutujil o cualquier otro dialecto hemos de utilizarlo sobre todo en las catequesis con la gente de nuestras aldeas. Si uno sólo sabe español, podría esforzarse en aprender uno de los dialectos, pero no conformarse con dos expresiones de saludo, sino que hacer como estos frailes tratar de aprender la lengua de la gente para poder evangelizar; si uno ya sabe el quiché debería proponerse aprender el tzutujil, es decir, un segundo dialecto, o bien, aprender la lengua de la gente a donde uno es enviado. De mi parte, lamento no haber aprovechado mi permanencia en la Boca Costa para aprender el quiché.
P. Felipe Chalí
Lamentamos el fallecimiento de don Fausto Iboy
Nuestra más sincera condolencia para toda su familia.