Para este comentario quisiera enfocarme desde la perspectiva de la responsabilidad del formador y del formando. Seguro que a ambos nos compete la gran tarea de la formación: no puede haber formación si no hay candidatos, como tampoco puede darse la formación si no existe un maestro que los acompañe y les guíe en el camino de la misión. Lo mismo puede decirse respecto del sentido de la colaboración: no se da o no se consigue una buena formación si el candidato no colabora o el formador no se ajusta a las exigencias actuales de la Iglesia. Por eso, considero que la tarea de la formación es cuestión de una corresponsabilidad mutua, formador y formando. Y, por supuesto, es un arte por parte del formador, puesto que, tratándose de seres humanos, habrá de darles un trato como tales, esmerándose con un cuidado especial para que, sin descuidar las exigencias de la formación, se esfuerce por no convertir el ambiente en algo tedioso o, incluso, odioso. Eso, implica que el tema de la formación sacerdotal se le dedique mente y corazón. Además, la formación sacerdotal, siendo una misión de la Iglesia la tarea no la podemos llevar de cualquier manera es más nos jugamos nuestra vida espiritual: somos o no somos del Señor.
Con motivo de la celebración de los veinticinco años de servicio prestado del padre Abelardo en nuestro Seminario, he querido escribir estas líneas, esperando con ellas poder ayudar a vivir mejor la armonía en la formación; que sin lastimar la vida del candidato y del formador se pueda ver realizado el objetivo de ser imagen de Cristo, Buen Pastor. Para complementar esta reflexión he decidido, a continuación, apoyarme en el documento magisterial del Papa Pablo VI Sacerdotalis caelibatus que, seguramente dará luces para iluminar mejor el pensamiento.
Desarrollo de la personalidad
65. Una vez comprobada la idoneidad del sujeto, y después de haberlo recibido para recorrer el itinerario que lo conducirá a la meta del sacerdocio, se debe procurar el progresivo desarrollo de su personalidad, con la educación física, intelectual y moral ordenada al control y al dominio personal de los instintos, de los sentimientos y de las pasiones.
Necesidad de una disciplina
66. Esta educación se comprobará en la firmeza de ánimo con que se acepte una disciplina personal y comunitaria, cual es la que requiere la vida sacerdotal. Tal disciplina, cuya falta o insuficiencia es deplorable, porque expone a graves riesgos, no debe ser soportada sólo como una imposición desde fuera, sino, por así decirlo, interiorizada, integrada en el conjunto de la vida espiritual como un componente indispensable.
La iniciativa personal
67. El arte del educador deberá estimular a los jóvenes a la virtud sumamente evangélica de la sinceridad (cf. Mt 5, 37) y a la espontaneidad, favoreciendo toda buena iniciativa personal, a fin de que el sujeto mismo aprenda a conocerse y a valorarse, a asumir conscientemente las propias responsabilidades, a formarse en aquel dominio de sí que es de suma importancia en la educación sacerdotal.
El ejercicio de la autoridad
68. El ejercicio de la autoridad, cuyo principio debe en todo caso mantenerse firme, se inspirará en una sabia moderación, en sentimientos pastorales, y se desarrollará como en un coloquio y en un gradual entrenamiento, que consienta al educador una comprensión cada vez más profunda de la psicología del joven y dé a toda la obra educativa un carácter eminentemente positivo y persuasivo.
Una elección consciente
69. La formación integral del candidato al sacerdocio debe mirar a una serena, convencida y libre elección de los graves compromisos que habrá de asumir en su propia conciencia ante Dios y la Iglesia.
El ardor y la generosidad son cualidades admirables de la juventud, e iluminadas y promovidas con constancia; le merecen, con la bendición del Señor, la admiración y la confianza de la Iglesia y de todos los hombres. A los jóvenes no se les ha de esconder ninguna de las verdaderas dificultades personales y sociales que tendrán que afrontar con su elección, a fin de que su entusiasmo no sea superficial y fatuo; pero a una con las dificultades será justo poner de relieve, con no menor verdad y claridad, lo sublime de la elección, la cual, si por una parte provoca en la persona humana un cierto vacío físico y psíquico, por otra aporta una plenitud interior capaz de sublimarla desde lo más hondo.
Una ascesis para la maduración de la personalidad
70. Los jóvenes deberán convencerse que no pueden recorrer su difícil camino sin una ascesis particular, superior a la exigida a todos los otros fieles y propia de los aspirantes al sacerdocio. Una ascesis severa, pero no sofocante, que consista en un meditado y asiduo ejercicio de aquellas virtudes que hacen de un hombre un sacerdote: abnegación de sí mismo en el más alto grado — condición esencial para entregarse al seguimiento de Cristo ( Mt 16, 24; Jn 12, 25)—; humildad y obediencia como expresión de verdad interior y de ordenada libertad; prudencia y justicia, fortaleza y templanza, virtudes sin las que no puede existir una vida religiosa verdadera y profunda; sentido de responsabilidad, de fidelidad y de lealtad en asumir los propios compromisos; armonía entre contemplación y acción; desprendimiento y espíritu de pobreza, que dan tono y vigor a la libertad evangélica; castidad como perseverante conquista, armonizada con todas las otras virtudes naturales y sobrenaturales; contacto sereno y seguro con el mundo, a cuyo servicio el candidato se consagrará por Cristo y por su reino.
De esta manera, el aspirante al sacerdocio conseguirá, con el auxilio de la gracia divina, una personalidad equilibrada, fuerte y madura, síntesis de elementos naturales y adquiridos, armonía de todas sus facultades a la luz de la fe y de la íntima unión con Cristo, que lo ha escogido para sí para el ministerio de la salvación del mundo.
P. Aurelio Sunún
Felicidades, P. Aurelio, por tan interesante artículo.
ResponderEliminarMis sinceras felicitaciones P. Aurelio. Quien se deja guiar por el Magisterio de la Iglesia va por senderos seguros. Cuentas con mis oraciones. Sabemos que el protagonista principal en la formación de los sacerdotes es el Espíritu Santo. Que seas siempre un instrumento dócil.
ResponderEliminarPadrecito!!! Sabe que cuenta siempre con las oraciones de toda mi familia. Muy bonito artículo!!!
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