
te legó del Señor el llamado divino;
y El Padre por medio del sueño
te confió a su Hijo que a la tierra vino.
Lo viste tan indefenso,
llorando en los brazos de María.
Y trabajando con amor cada día
le amaste desde el silencio.
No brillaste por tu fama,
tampoco por tu influencia;
no vestías de rica lana,
ni en el poder tuviste presencia.
Tú que siempre le mirabas,
enséñanos a vivir su presencia.
Y tú que por Él trabajabas,
ayúdanos a vivir la inocencia.
Rigo Jichá
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