La vivencia de la apostolicidad de la Iglesia en esta ocasión la podemos descubrir en la misma denominación de Catedral cuyo origen se encuentra en la palabra cátedra o enseñanza, y por eso justamente es en la Iglesia Catedral donde el obispo preside y enseña de modo singular como maestro para la iglesia particular.
Acerca del oficio de enseñar de los obispos, leemos en la constitución dogmatica Lumen Gentium 25: «Los obispos son los predicadores del Evangelio que llevan nuevos discípulos a Cristo. Son también los maestros auténticos, por estar dotados de la autoridad de Cristo. Ellos predican al pueblo… sacando del tesoro de la Revelación lo nuevo y lo viejo (Cf. Mt 13,52), hacen que dé frutos y con su vigilancia alejan los errores que amenazan a su rebaño (2Tim 4, 1-4)». Este “llevar nuevos discípulos a Cristo” se concreta en esta hora de la historia para los pastores y fieles de la Iglesia Latinoamericana y el Caribe en la gran Misión Continental, que se efectúa en el estado permanente de misión, cuyos indicadores son la continuidad, la firmeza y la constancia de llevar nuestras naves mar adentro, con el soplo potente del Espíritu Santo, sin miedo a las tormentas.
La autenticidad de la enseñanza de los obispos encuentra su fundamento más allá de sus cualidades humanas, estriba ante todo en la autoridad de Cristo, que dice: «Se me ha dado poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado» (Cf. Mt 28, 16-20). Este deseo del Señor de guardar sus mandatos lo subraya la mencionada constitución cuando solicita a los obispos la apremiante vigilancia de alejar los errores que amenazan el rebaño. Y finalmente el concilio pide que esa enseñanza de frutos ¿qué frutos? Sin duda, frutos de santidad y de comunión en el seno de la Iglesia.
Estos frutos sin duda son dones de Dios y tarea de nosotros los cristianos. Esta tarea adquiere mayor exigencia en los pastores de creer lo que leen, de enseñar lo que creen y de practicar lo que enseñan. Todo esto servirá para mejorar las homilías y las catequesis, y constituirá una formidable ocasión de edificación personal de los pastores. Y los fieles por su parte ofrecerán su selecta atención y filial adhesión a la enseñanza de sus pastores que brotan de los tesoros de la revelación.
El oficio de enseñar de los obispos en comunión con el Papa es una de las manifestaciones más elocuentes de la apostolicidad de la Iglesia, por tanto, un año catedralicio es un tiempo propicio para atender con especial solicitud la enseñanza del Papa y de los obispos en particular el de nuestro obispo de la diócesis, en definitiva, el año catedralicio es ocasión de vivir la apostolicidad de la Iglesia mostrándonos atentos y fieles al magisterio de la Iglesia.
Pbro. Bartolo Chavajay
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