El 15 de agosto del año pasado Mons. Gonzalo de Villa, S.J., inauguraba el Año Santo Catedralicio convocado con motivo de los 25 años de la Dedicación de la Iglesia Catedral de la Diócesis. A partir de ese día, los feligreses de las diversas parroquias han peregrinado desde todos los rincones de la Diócesis para ganar la Indulgencia Plenaria que la Santa Sede concedió para este año. Sábado a Sábado fuimos testigos de la fe de este pueblo de Sololá-Chimaltenango acudiendo a la Catedral para ser depositarios de la gracia de Dios.
Las parroquias llegaban a la entrada del pueblo de Sololá o al Seminario Mayor y desde allí empezaban la procesión hacia la Catedral a donde entraban jubilosamente por la reducida Puerta Santa que recordaba aquel mandato del Señor y que más de un párroco puso de relieve: “Entren por la puerta angosta”. Ya adentro se tenían tres catequesis breves y la Celebración de la Eucaristía, centro y culmen de la Peregrinación, unidos en torno a un mismo Altar donde Cristo, nuestro Pan, se nos daba a todos. Antes de impartir la bendición, el párroco invitaba a sus feligreses a orar por las intenciones del Papa para ganar la indulgencia. Después de la Misa, todos pasaban al salón parroquial a ver la exposición que cada parroquia preparó para este año jubilar. Pasado el medio día, la Catedral se iba desocupando quedando por fin vacía, en espera del sábado siguiente y, con él, a otra parroquia de la Diócesis para acogerla con los brazos abiertos bajo su gran bóveda donde todos encuentran cabida.
En nuestras memorias quedan grabadas aquellas interminables filas de personas buscando confesarse, la disponibilidad de los confesores llegando apresurados desde sus parroquias, la felicidad de la gente al salir del confesionario así como la tristeza de los que no lograron confesarse porque el tiempo lo impidió o por los pocos confesores. Recordaremos también las procesiones hasta la Catedral. En algunos casos iban rezando y cantando; en otros, como la peregrinación de la Infancia misionera, gritando, haciendo porras, felices de compartir y celebrar una fe. ¡Cómo olvidar la Catedral repleta de niños y niñas! ¡Cómo olvidar su entusiasmo, su atención, su piedad! Fue impresionante ver a niños y jóvenes, en grandes cantidades, acercarse a los confesionarios y luego acercarse a recibir el Cuerpo del Señor. Pero también hubo personas de edad avanzada que con su presencia nos daban testimonio de una fe profunda, de un gran amor hacia Dios. Qué bien nos ha hecho verlos caminar, oírlos cantar y celebrar juntos la fe. Su ejemplo es un aliciente para las futuras generaciones. “Familia que reza unida, permanece unida” reza un adagio. En este año jubilar, familias enteras peregrinaron hacia la Catedral dándole validez a las palabras de aquel salmo: “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles”.
Son muchos los recuerdos que nos quedan de este año santo que culminamos. Nuestro deseo es que así como unidos caminábamos hacia la Catedral, así permanezcamos en este peregrinar por el desierto de la vida, con sus problemas y dificultades, pero con la alegría de la presencia del Señor entre nosotros y con la esperanza de llegar hasta la tierra prometida. Unidos a nuestros pastores: el Obispo y sus sacerdotes, unidos los unos a los otros, cantando a pleno pulmón: “¡Somos un pueblo que camina y juntos caminando podremos alcanzar una ciudad que no se acaba. Marcha Señor junto a nosotros pues solo en tu presencia podremos alcanzar esta ciudad, sin penas ni tristezas, ciudad de eternidad!”
Cristóbal Amílcar Guillén Alemán
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