La Catedral ocupa un lugar primordial en Iglesia Particular, no solo por ser la sede del Obispo, sino por todo su simbolismo eclesiológico. La dedicación de una iglesia, así como su aniversario, tiene un espacio importante dentro de las celebraciones litúrgicas. Pero, al tratarse de la Iglesia Catedral, constituye un acontecimiento para todas las iglesias de la Diócesis porque así se demuestra su dependencia y cohesión hacia ella. El Concilio Vaticano II dirá que todos deben tener en gran aprecio la vida litúrgica de la diócesis en torno al obispo, sobre todo en la iglesia catedral (Sacrosanctum Concilium, 41); porque en esas celebraciones, con la participación plenaria de todo el pueblo en torno a su obispo, es donde aparece la Iglesia realizándose como «sacramento de unidad».
La liturgia en el Ritual de la Dedicación y en la celebración del Aniversario habla de la iglesia-edificio en términos personales, aplicándole, lo mismo que a la Iglesia los nombres de “esposa” y “madre”. Lo que le da su originalidad y su diversificación de las otras iglesias nos la da la asamblea: el pueblo reunido en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, que actualiza en un lugar en concreto a la Iglesia de Cristo, Esposa y Madre.
El nombre de catedral le viene precisamente de “cátedra”, la cátedra permanente del Obispo que garantiza la sucesión apostólica, la unidad y la comunión eclesial como miembro del Colegio Episcopal, presididos por el Papa. Sentado en su cátedra, el obispo preside al pueblo de Dios, ejerciendo desde ella su oficio de supervisor (episcopos) o vigía.
La Iglesia Catedral es ante todo, lugar de celebración y símbolo de la Iglesia. La Diócesis tiene en ella su punto de unidad. Por eso, hemos de tener en mucho aprecio las celebraciones en la Iglesia Catedral y acudir como peregrinos en busca de encontrar toda la riqueza que se encierra en ella.
P. Lee Perén
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